‘Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar, y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que solo un iluso seguiría insistiendo. Lo cierto es que yo siempre fui un iluso’. (Ed Bloom (Albert Finney) en BIG FISH de Tim Burton)

29 diciembre 2009

Artemisa

Observo una vez más el cuadro. Allí estaba encerrado entre aquella escena, todo el dolor, toda la rabia y sus deseos de gritar, pero también se hallaba su determinación, el lugar más íntimo de su espíritu indomable, siempre en lucha, dispuesta a no rendirse jamás, a ser respetada. Ella conocía su talento, el fuego que la consumía cada vez que sentía el olor de la pintura, el pincel entre sus dedos… se sabia una artista, lo sentía en cada fibra de su ser y a pesar de su condición femenina, de las burlas escuchadas, sabia que muchos pintores mejor considerados por el simple hecho de haber nacido varones, darían incluso la mitad de su alma por un cuarto de su talento.

Resultaba difícil, exhausto, agotador intentar luchar contra todo, a veces se preguntaba si no sería mejor replegarse, condenarse a la gris existencia de su condición femenina, pero su espíritu renacía cuando creaba y acabo comprendiendo que negar lo que era, negar su fuego, sería peor que el desprecio, que el dolor…sería perderse a si misma y eso era lo único que podía controlar en su vida.

Así que luchaba, luchaba cada día y pintaba, y cuando pintaba se sentía libre y sabía que su espíritu permanecería siempre libre en aquellos cuadros.

El tiempo podría borrar su nombre, pero su alma seguiría allí para siempre hablando al mundo, retándole con su pintura.

Pensó en sus dos pequeñas, después de la pintura, ellas eran su verdadera familia. El dinero conseguiría que no fueran humilladas por ser hijas suyas, tendrían una buena vida, y quizás algún día, en algún lugar sus descendientes serian libres, sin importar su sexo, por todo ello también pintaba, en cada pincelada no solo estaba encerrada su alma sino la promesa de un mañana luminoso donde un artista podría desarrollar su espíritu incluso aunque se tratase de una mujer.

El aroma de la pintura le había acompañado desde su más tierna infancia, su padre Orazio era un pintor toscazo que representaba una de las escuelas de Caravaggio, pronto la enseño todo lo que sabia, siendo consciente de su talento y su pasión. A veces se preguntaba que habría ocurrido si su padre no hubiera puesto un pincel en sus diminutas manos, ¿habría permanecido impasible?¿habría aceptado su gris destino de mujer?, una parte de Artemisa sabia que no, de algún modo su espíritu estaba demasiado ligado al de la pintura, quizás su espíritu indómito, inquieto tan fuerte como el de un hombre tenia algo que ver con aquel fuego heredado de su padre, y sin embargo Artemisa creía que su propia feminidad había dado algo mágico a sus obras, algo que se le escapaban a la mayoría de los pintores que conocía. Artemisa oyó los gritos de alegría de sus pequeñas al otro lado de la habitación y contemplo el cuadro una vez más, con cierta tristeza aparto su mirada de él, pero se dirigió hacia la puerta, ya era hora de jugar con los otros dos pedazos de su alma, además pronto anochecería y aquella no era una buena luz para acabar el cuadro.

Con una sonrisa aún en el rostro al contemplar su obra por ultima vez abrió la puerta y deseo haber contribuido a abrir el camino y que algún día toda mujer podría serlo sin renunciar jamás a su condición de artista, tal vez algún día …

Autoretrato: Artemisa Gentileschi


Para las mujeres creadoras que fueron, son y serán. Estas son mis flores sobre vosotras. Gracias



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